Historias del Infanta (1) - Historia del Infanta

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SALON DE JUEGOS

Ahora seguimos subiendo las escaleras (pero solo a partir de mediados de los 70), para ir al paraíso que nos pusieron a los huérfanos allí.

En toda la superficie que se ven las claraboyas colocadas en el tejado de la fotografía de la izquierda, se hizo una sala de juegos, él no va más de la época, creo recordar que a la entrada había dos mesas de billar, pero de billar, billar, el de tres bolas, donde Hermenegildo González Alcántara nos deleitaba con sus increíbles carambolas aprendidas en los billares de cualquier barrio de Madrid y nos hacía enrojecer de vergüenza cuando te preguntaba ¿Sabes jugar? Y tú decías ¡Si!, después veías su primera jugada y te querías morir, comprendías que saber jugar era aquello y no lo que tu suponías y que no era otra cosa que darle a una bola con el palo.

Creo que después, nada más torcer para el largo pasillo del que se ve parte en la foto inferior izquierda, teníamos un par de mesas de ping-pong, a continuación un par de máquinas de fliper y unos cuantos futbolines. Era fantástico, jugar todo el tiempo que querías (dentro de tu horario) sin gastar una peseta, ¡Valla pasada!.

Como siempre no llueve a gusto de todos, surgieron voces discordantes y contrarias al despilfarro realizado en esa sala, creo que por aquella época estaba el General Constantino, amante recalcitrante de los huérfanos y sus derechos. Se le echaba en cara que la inversión podría haberse empleado en un ascensor (creo que para los pisos de pequeños) a lo que la respuesta oficial fue: “Mis huérfanos tienen suficiente vitalidad para subir unos escalones, pero no tienen muchas zonas en las que puedan entretenerse cuando llueve”. Pero ser cautos con mis palabras, la memoria me va flaqueando y hay cosas que idealizo.

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PRIMARIA Y SEÑORAS

Toca volver a bajar escaleras, tanto ahora como al subirlas, lo hacíamos en silencio, armar jaleo suponía la posibilidad de anular la visita a la sala de juegos o algún plantón.

Una vez a ras de suelo, ya era posible algún jaleo, más que nada porque siempre te quedaba la posibilidad de salir huyendo, en este “huimos“ de frente dejamos al Señor Puertas a la izquierda y cruzamos la puerta, a mano izquierda el ya mencionado salón de actos y a mano derecha la salida a la puerta principal, pero nosotros continuamos de frente, pasamos por la biblioteca y dejamos a la derecha la sala de los “giros”, donde las listas semanales nos hacían cambiar el carácter con suma facilidad, tanto para bien como para mal, era una de las sensaciones   más frustrantes que había en el Infanta, esperar verte en la lista y no estar comparable a la de esperar paquete un día y no recibirlo.

De frente, otras escaleras, similares a las de dirección, en el primer piso, todo aulas de primarios, pasillos al igual que en la otra ala y que rodeaban todo el patio central sobre el comedor de pequeños primero y el de mayores después, pero que no llegaban a comunicarse con la zona del estudio, solo lo hacían por la terraza, pero eso, era zona prohibida. Si continuábamos subiendo por las escaleras antes mencionadas, llegábamos a los cuartos de “Las Señoras”, en su mayoría madres de huérfanos que estudiaban o habían estudiado allí, tenían varias funciones, retirada de platos en el comedor y ayuda de cocina, costurero/lavandería y enfermería. Creo recordar que subí solamente una vez acompañando a Pacheco (+), el recuerdo que tengo es de un cuarto pequeño con una cama como las nuestras, una mesa pequeña y un armario y poco más.

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Ellas sí que sabían, eran conocedoras en primera persona de lo escasos que estábamos de afecto, de que necesitábamos un poco de ayuda y allí estaban ellas, bien con una simple pregunta ¿Qué tal estas asturianin? Como me solía preguntar la madre de los Díaz, segunda por la izquierda de la foto de la derecha o bien con una simple imitación a caricia ejecutada con el antebrazo sobre nuestra cabeza para evitar el contacto de los guantes húmedos y con restos de comida, con esos gestos tan pequeños y tan importantes a la vez, conseguían que sintiésemos a nuestras madres más cercanas.

Tampoco podemos obviar que sentíamos envidia, una callada envidia por los huérfanos que tenían allí a sus madres, era muy fácil de observar, si un grupo de huérfanos se cruzaba con una Señora y su hijo se acercaba a ella a darle un beso o ella le atusaba el pelo o colocaba la ropa, durante un instante, te quedabas mirando para ellos, en ese breve tiempo te preguntabas que por que no sería esa tu madre……rápidamente, volvías a la realidad , esperabas a que volviese el compañero y continuábamos camino con el huérfano “afortunado”.

COMEDORES

Hemos vuelto a bajar las escaleras y nos dirigimos de frente a la sala de los giros para doblar la esquina a mano derecha, no recuerdo si había algo a mano derecha, a mano izquierda otros servicios iguales a los de la zona de mayores anteriormente descrita, quizás en mejor estado pero que también tenían lo suyo. Avanzábamos un poco y justamente frente a los soportales, hay una puerta que da a ellos, pasada esta y posterior giro a la izquierda llegamos al comedor de pequeños.

Territorio hostil, donde tenías que aprender rápido y no dejar que te pisase nadie, eso o lo pagabas comiendo poco o las peores raciones, no es que fuese exagerada la presión del resto de comensales, pero si quedaba claro que “oveja que bala bocado que pierde”, tenías que estar atento y eso sí, no “achantarte”.

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El comedor era una maquinaria perfectamente engranada, llegabas y lo tenias todo puesto a excepción de la servilleta que previamente habías cogido de tu casillero numerado a la entrada del comedor, el primer plato siempre estaba ya sobre la mesa dispuesto a ser “devorado”, una vez pasado el tiempo estimado para terminarlo, comenzaban las señoras con sus carritos a retirar los primeros platos a la vez que quitaban las perolas o placas los pinches, según avanzaba esta “comitiva”, comenzaba a salir el segundo plato en un carro y puesto por los pinches, pasado un rato, vuelta la maniobra, placas primero, platos después, mientras tu ibas comiendo el postre a prisa para acabar con los cubiertos. Había cierta diferencia entre la primera mesa y la ultima, pero no era muy considerable. Rara vez el mecanismo fallaba, pero en alguna ocasión paso alguna pequeña incidencia que fue solventada con rapidez como entrar al comedor y no estar puestas las perolas, retrasarse en salir el segundo o salir antes de retirar los platos del primero, nimiedades en tan sincronizado ballet que en ocasiones derivaban en una coral sinfónica al grito acompasado de “hambreeeee, hambreeee” que tenia todas las papeletas de terminar siendo premiado con un “apetitoso” plantón.  

Seguimos caminando por la fotografía de la izquierda, por su parte izquierda y vamos a dar a la zona del ascensor y de un cuarto donde se recogían los carritos de las señoras, un poco mas y frente a ti y girando a mano izquierda, nos encontrábamos con el comedor de mayores.

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Ese comedor de mayores era todo un gran paso para un huérfano el pisarlo por primera vez, la segunda ya te lo ibas creyendo la tercera….la tercera ya nadie te sacaría de allí, ya podías beber al mediodía vino, mirar a los del comedor de pequeños por encima del hombro y es que ya tenias mucho camino ganado en la aventura de la veteranía que en el Infanta se ganaba y conseguía día a día.

No olvidare aquellas jarras de aluminio granulado, sudorosas, que mantenían el agua fresca y aquellos vasos a juego castigados por mil comidas, los manteles de hule y platos de loza blanca, las perolas enormes con asas desvencijadas y las placas llenas de abollones infringidos en los continuos vaivenes derivados del trafico de croquetas o de la salsa de ragut, sin dejar de mencionar la sempiterna naranja solamente olvidada y sustituida en los días festivos por la placa de natillas y en algún que otro lapsus de logística que eran reemplazadas por manzanas o plátanos.

Nos dirigimos a la puerta de entrada del comedor de mayores, salimos , de frente, vemos las escaleras fatídicas, a mano derecha se sale para la zona de los campos de juego, Quinito, enfermería….etc., a mano izquierda, la salida al patio central, nos dirigimos hacia allí.

Nada mas salir lo hacemos a los soportales que rodean todo el edificio por el interior a excepción de la parte frontal del mismo, soportales llenos de arcos que en ocasiones servían como porterías o parte de ellas, soportales que tenían argollas en la pared supuestamente porque en su día eran o se usaban de caballerizas, soportales que nos servían para jugar en los días de lluvia y que propiciaba la rotura de cristales hasta que se pusieron las protecciones. En el vértice entre el comedor de mayores y el de pequeños se despachaba todas las tardes la merienda, chusco y chocolate la mayoría de las veces.

En la parte derecha, en la zona opuesta al comedor de pequeños había un foso, supuestamente para hacer salto de longitud que pocas veces se usaba, al menos para eso.

Pero ahora, vamos a pisar la arena, nada mas hacerlo, nos encontramos junto al mástil que porta la bandera Española y que todos los días era izada con el himno nacional antes de clase, el día previo a las vacaciones, tocaba el himno de la Guardia Civil, ¡Que bien sonaba! ¡Que respigos entraban!

Infanta 28La arena del patio central, era dura, lastimaba al mínimo roce y te dejaba marca en cualquier caída que tuvieses, era prima hermana sino hermana de la del campo de futbol, pero era nuestra zona exclusiva de juego hasta que a los 13 años te dejaban ir a los campos. Era impresionante ver la cantidad de partidos simultáneos se jugaban y entre ellos, juegos de canicas y cualquier otro de los típicos de la época.

No podemos dejar sin mencionar el árbol del patio central, aquel olmo que aguanto a cientos de huérfanos que se recostaban sobre su tronco o que trepaban por el sin que los viese el inspector de turno o que jalaban de sus ramas con intención de romperlas para tener un trozo de palo que nos entretuviese 20 segundos.

Por los 80 y ya enfermo, fue derribado para evitar peligros mayores. Fue como si con su caída, comenzase una maldición sobre el colegio y que comenzó motivada por una mejoría considerable en la esperanza vida, así como un mayor poder adquisitivo y de ayudas a las viudas, que hizo que paulatinamente los ingresos a internado fuesen disminuyendo y por consiguientemente a languidecer poco a poco el Infanta……. hasta su muerte como colegio en 2014.

Con estas seis fotos del patio central finaliza nuestra primera parte del recorrido por el Infanta, salimos del patio por los aseos, atravesamos los dominios del Señor Puertas y salimos a la Puerta Principal, desde allí comenzaremos el siguiente relato.

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1912-2015 Acompañame….(parte 1)
AUTOR: Juan Manuel Orozco
https://historiasdelinfanta.wordpress.com/

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